

Durante las últimas dos décadas, Argentina fue testigo de un proceso profundo de deterioro institucional, social y cultural. En nombre de una falsa justicia social, se promovieron prácticas como el adoctrinamiento, el clientelismo, la vagancia y una corrupción que se volvió estructural. La política dejó de ser servicio para convertirse en un negocio, y el Estado se transformó en una maquinaria de poder más que en una herramienta al servicio de la gente.
Frente a eso, millones de argentinos empezaron a despertar. Comprendieron que el verdadero cambio no se logra sólo en las urnas, sino también en las ideas, en los valores, en la cultura que defendemos día a día. Esta es la gran batalla cultural que estamos librando: recuperar principios como el mérito, el trabajo, la honestidad y la libertad.
No se trata sólo de cambiar gobiernos, sino de transformar mentalidades. De dejar atrás décadas de populismo y dependencia, para construir un país donde el esfuerzo sea reconocido y la ley se respete. No será fácil ni rápido. El camino es largo y lleno de obstáculos. Pero cada paso que damos hacia una Argentina libre, justa y próspera, vale la pena.
Hoy tenemos la oportunidad de reconstruir la Argentina que soñamos. Una Argentina donde la política deje de ser un privilegio y vuelva a ser un compromiso con la verdad, el progreso y la dignidad de cada ciudadano.